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Dejémoslos Jugar

Probablemente uno de los espacios públicos que más me gusta visitar son las plazas, primero porque Samuel (mi hijo) se divierte jugando y mientras yo lo acompaño, me dedico a observar cómo juegan los niños y las niñas de distintas edades, cómo interactúan entre ellos y cómo interactúan con sus padres o cuidadores que los acompañan, y es ahí donde nos vamos a detener hoy.

El análisis que les presento, absolutamente subjetivo por lo demás, corresponde a mis visitas a plazas de La Serena, Coquimbo, Viña del Mar y Santiago en Chile, Buenos Aires en Argentina y acá en Melbourne, Australia. Les cuento los lugares para que se hagan la idea de un grupo diverso de familias, para no encasillar el análisis a un grupo determinado cultural o económicamente.

Ante todo, vamos a ver qué entendemos por juego. ¿Qué es jugar? Probablemente para profundizar efectivamente en el término, deberíamos investigar qué nos dice la psicología del desarrollo o la terapia ocupacional, puesto que Jugar es la ocupación del niño. No obstante, seremos más amplios en la búsqueda y veremos qué nos dicen los diccionarios para definir el término. Para ello, nos centramos en los resultados de la Real Academia Española para el término en castellano y el diccionario de Oxford para el término en inglés. Ambas definiciones coinciden en que jugar es una actividad que se realiza con el único propósito de entretenerse y disfrutar, el término en inglés señala explícitamente que jugar no tiene un objetivo serio o práctico.

Sucede que al observar cómo nos comportamos muchas veces los padres, pareciera ser que quien está jugando no es el niño, si no el papá…o aún más complejo, el papá o mamá asume un rol de «director de orquesta» determinando a qué juegos se sube el pequeño y no es raro escuchar «ahora el resbalín, ahora el columpio» «pasa por acá, sube por allá» Lógicamente, queremos promover en las familias, darse el tiempo para compartir y disfrutar la plaza. Pero no olvidemos, que tanto la ideación de un plan motor para lograr un objetivo (como trepar una escalera para poder tirarme por el resbalín), como la planificación concreta del acto motor (tengo que poner un pie acá, el otro allá, quizás empujarme con la mano desde acá, etc) son parte de los componentes cognitivos que los niños y niñas van poniendo a prueba cada vez que usan su cuerpo para lograr algo que los motiva y les entrega satisfacción. No obstante, ambos componentes,  se anulan cuando alguien nos va diciendo qué hacer y cómo hacerlo, poniendo en «jaque» también la motivación intrínseca del pequeño y la posibilidad de disfrutar del juego. Bajo ésta lógica, los juegos infantiles no debieran significar para el niño o niña un espacio de competición o auto-exigencia para cubrir las expectativas del adulto que lo acompaña, si no un espacio de exploración libre en que el niño vaya desplegando su potencial a su escala.

Muchas veces nos acercamos a padres o madres que tienen niños de edades similares, entonces viene la inocente pregunta «¿Cuántos años tiene tu hijo?» y resulta que aquel hábil niño que se columpia feliz tiene un mes menos que el nuestro, pero cada vez que intento poner a mi hijo en el columpio no quiere… Y ahí, uno se empieza a sentir mal y a comparar… ¿Por qué mi hijo no puede, si tienen la misma edad? Y resulta que mi hijo prefiere estar en el suelo recogiendo ramitas y armar casitas para dinosaurios. Así, este artículo se relaciona mucho el artículo anterior sobre perfiles sensoriales, que nos invita a entender el movimiento como una respuesta a los estímulos sensoriales que vamos percibiendo de nuestro entorno donde el movimiento es uno de los posibles canales de respuesta. Porque como siempre vamos destacando, cada niño es distinto y tienen ritmos personales que los van distinguiendo… si a todos nos gustara volar en columpios…entonces todos seríamos pilotos, pero ¡Resulta que también hay biólogos, poetas y pintoras!

Entender la diversidad y los ritmos personales, nos permite tener más calma y no generar climas de tensión o cuestionamiento. En su mayoría, los niños y niñas saben cuáles son los juegos o los estímulos que necesitan y si aún no lo saben, la plaza en libertad representa un buen espacio para encontrar las respuestas. Así también, saben cuáles son las sensaciones que no les gustan y prefieren evitar. Recuerdo un día en Santiago, en que intenté subir a Samuel al columpio, al lado de una niñita que volaba por los aires y un papá autómata que le echaba vuelo, mientras revisaba su moderno celular. Samuel se puso a llorar y yo rápidamente lo bajé del columpio, entendiendo que era una hiperrespuesta dado a que sus umbrales sensoriales (táctiles y vestibulares) son más bajos, entonces responde de manera defensiva a estos estímulos, al igual que su papá. El papá de la niñita me miró y me dijo: Tienes que dejarlo nomás, a mi hija le tomó como 6 meses acostumbrarse y mírala, ahora está feliz. Yo pensé en cómo habrán sido esos 6 meses para esa polluela, de adaptarse a un súper estímulo. Yo no seguí su consejo de terapia de shock y casi un año después, después de escalar durante mucho rato el resbalín (Yo sé que parece raro «escalar el resbalín», pero efectivamente trepaba por el resbalín y cuando estaba arriba se tiraba de guata), Samuel se acercó al columpio y para mi sorpresa, me pidió que lo subiera y desde ese día nunca más ha dejado de columpiarse en todas las plazas.

Mi consejo es darse tiempo para observar a nuestros pequeños, apoyarlos y ofrecer nuestra ayuda cuando la necesiten, pero no imponer lo que nosotros creemos que es más entretenido. Dar espacios para cultivar nuestra observación e ir conectándonos con lo que nuestro hijo o hija quiere hacer y si eso implica buscar hadas en los árboles o juntar ramitas y hacer casitas, en vez de tirarse por el resbalín, entonces acompañarlo…inventar historias sobre los animales o las personas que habitan las casitas, pasarlo bien.

Finalmente, es importante recordar también, que las plazas son un mundo para los niños y quizás algunos necesitan más tiempo para ir reconociendo y sintiéndose cómodos en el espacio, para poder explorarlo. Así también, nosotros debemos ir relajándonos y no imponer a nuestros seres más pequeños y pequeñas los modelos que abundan en el «mundo de los grandes» de competencia y de exitismo: Dónde, muchas veces, más importante que disfrutar y pasarlo bien es ser mejor que el otro.

(Moverse en Libertad)

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